lunes, 9 de julio de 2012

SOY UN PAQUETE. LA CORRECTORA LITERARIA, SEGUNDA PARTE


Guardo el manuscrito con las correcciones de Marisol con rigor de centinela. Eso, para que no se me olvide nunca que siempre seré un aprendiz. Del mismo modo que mi madre y mi mujer son las únicas personas que me dicen que no me meta el dedo en la nariz, y así no se me olvida que soy un membrillo. Hay cosas en la vida que te dan la oportunidad de anclarte a tierra. Porque ¿qué pasa si luego tengo éxito? ¿Sabré gestionarlo? No. En general soy un mal gestor. No gestiono bien mis cuentas, no gestiono bien mi tiempo, no gestiono bien mis hábitos de salud, no gestiono bien la educación de mis hijos, no gestiono bien mi trabajo, en general no gestiono bien. ¿Por qué, de repente, iba a saber gestionar el éxito si este viene? Pues no.  Para tener la oportunidad de aprender a gestionar mejor las cosas de la vida necesitas que te metan el dedo. Y aunque suene grosero, es el modo en el que puedo anclarme a tierra. Cuando voy de sobrado, que a veces me pasa, y mi madre me dice que no me meta el dedo en la nariz, se me pasa el sobradismo con una facilidad pasmosa, lo que me apercibe de la fragilidad, volatilidad y escasa consistencia del sobradismo.
Me viene muy bien. Me tengo que preparar para no tener éxito y para tenerlo, que nunca se sabe.
La parte de la corrección del manuscrito tuvo efectos muy positivos en la novela.

Se podía leer.

Lo que me llenó de orgullo y satisfacción.

Pero la parte del león de este proceso fue la que vino a continuación. Al corregir la novela, y aceptar las enmiendas y sugerencias de Marisol, me encontré inmerso, casi sin darme cuenta, en un proceso intensísimo de aprendizaje. Marisol me dio un consejo que transmito aquí a quien quiera escucharlo: Cuando te leas, hazlo como si te odiaras.

Funciona de cojones.

Para que lo entendáis. Yo le entregué a Marisol ciento setenta y siete folios. Cuando me entregó la novela con sus correcciones bajó a ciento sesenta y dos folios. Después la volví a leer como si me odiara y me cargué trece folios más. Al final, lo que le entregué a la editorial fueron ciento cuarenta y nueve folios. Al leer el libro sigo viendo cosas que mejorar, con razón escuché decir que los libros no se terminan, se abandonan.

Cuando escribo ahora y comparo el modo de hacerlo con los textos anteriores a esta novela las diferencias son abrumadoras. Pero eso no es lo mejor. Lo mejor es el espíritu de aprendiz que se te queda. El vasto océano del conocimiento se hace mayor a medida que aprendes y creces como escritor. Es como si cada vez que aprendes algo, descubrieras que aún te queda mucho más que antes por saber. Aunque a veces parezca angustioso, es cuestión de familiarizarse con esa sensación de vacío porque en el fondo eso te abre a una infinitud creadora. Es una pasada.

A Marisol le tengo tal gratitud que nunca encontraré el modo de compensarla. Para ella es su trabajo, es parte de lo habitual. Pero para mí fue un punto de inflexión que me dio la oportunidad de decidir lo que quería ser de mayor. Escritor.

A los cincuenta años.

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